Una versión divertida y adorable de Ricitos de Oro para niños de preescolar.
Ricitos de Oro y los Tres Osos
Había una vez, en un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores, una casita muy linda. En esa casita vivían tres osos: Papá Oso, Mamá Osa y Bebé Oso.
Un día, Mamá Osa preparó una deliciosa sopa para el desayuno.
—¡Está muy caliente! —dijo Papá Oso.
—Sí, tenemos que esperar a que se enfríe —añadió Mamá Osa.
—¿Y si damos un paseo por el bosque mientras tanto? —sugirió Bebé Oso, emocionado.
—¡Buena idea! —respondieron Papá Oso y Mamá Osa al unísono.
Así que los tres osos salieron a pasear, dejando la sopita enfriándose en la mesa.
Mientras tanto, en otro rincón del bosque, una niña con rizos dorados, llamada Ricitos de Oro, estaba paseando también. Curiosa como siempre, vio la casita de los osos y decidió acercarse.
—¡Qué linda casita! Me pregunto quién vivirá aquí… —dijo Ricitos de Oro, y tocó la puerta. Nadie respondió, pero la puerta estaba entreabierta. Sin pensarlo mucho, decidió entrar.
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —preguntó Ricitos de Oro, pero no hubo respuesta. Solo silencio.
Entonces, Ricitos de Oro olió algo delicioso.
—Mmm… ¡huele tan rico! —exclamó al ver tres tazones de sopa en la mesa.
Primero probó la sopa del tazón grande.
—¡Ay! ¡Esta sopa está muy caliente! —dijo sacudiendo la cabeza.
Luego, probó la sopa del tazón mediano.
—¡Uy! ¡Esta sopa está muy fría! —se quejó haciendo una mueca.
Por último, probó la sopa del tazón más pequeño.
—¡Mmm! ¡Esta sopa está perfecta! —y sin dudarlo, se la comió toda.
Después de terminar, Ricitos de Oro vio tres sillas y pensó: «¡Voy a sentarme un ratito!»
Primero, se sentó en la silla grande.
—¡Ay, no! ¡Esta silla es muy dura! —dijo Ricitos de Oro, incómoda.
Luego, se sentó en la silla mediana.
—¡Uy! ¡Esta silla es muy blanda! —se quejó otra vez.
Finalmente, se sentó en la silla pequeña.
—¡Ahh! ¡Esta silla es perfecta! —dijo felizmente. Pero, ¡oh no!, la silla se rompió en pedacitos.
—¡Ups! —dijo Ricitos de Oro, mirando la silla rota.
Cansada de tanta aventura, subió las escaleras y vio tres camitas.
Primero, se acostó en la cama grande.
—¡Oh! ¡Esta cama es muy dura! —dijo frunciendo el ceño.
Luego, se acostó en la cama mediana.
—¡Mmm! ¡Esta cama es muy blanda! —se quejó de nuevo.
Finalmente, se acostó en la cama pequeña.
—¡Ahhh! ¡Esta cama es perfecta! —dijo bostezando y se quedó dormida.
Mientras tanto, los tres osos regresaron de su paseo. Al entrar a la casa, Papá Oso miró su tazón y dijo:
—¡Alguien ha probado mi sopa!
Mamá Osa miró su tazón y exclamó:
—¡Alguien ha probado mi sopa también!
Y Bebé Oso gritó:
—¡Alguien se ha comido toda mi sopa!
Luego, fueron a ver las sillas.
—¡Alguien ha estado sentado en mi silla! —dijo Papá Oso.
—¡Alguien ha estado sentado en mi silla también! —dijo Mamá Osa.
—¡Y alguien rompió mi silla! —dijo Bebé Oso, muy triste.
Finalmente, los tres osos subieron las escaleras y entraron al dormitorio.
—¡Alguien ha estado en mi cama! —dijo Papá Oso.
—¡Alguien ha estado en mi cama también! —dijo Mamá Osa.
Y Bebé Oso, al ver su cama, gritó:
—¡Y alguien está durmiendo en mi cama!
Ricitos de Oro se despertó al escuchar las voces y vio a los tres osos mirándola.
—¡Oh no! —exclamó. Y antes de que los osos pudieran decir algo más, saltó de la cama y salió corriendo de la casa.
Los tres osos se miraron, un poco sorprendidos, pero luego se rieron.
—¡Vaya sorpresa que nos llevamos hoy! —dijo Papá Oso riendo.
—¡Sí, pero qué día tan divertido! —respondió Mamá Osa.
—¡Espero que vuelva a visitarnos! —dijo Bebé Oso, sonriendo.
Y desde ese día, Ricitos de Oro fue más cuidadosa al entrar en casas ajenas, ¡y los tres osos siguieron disfrutando de sus paseos y su deliciosa sopa!
FIN