«El verdadero miedo no es lo que te persigue en la oscuridad, sino lo que despierta dentro de ti»
Ana estaba acostumbrada a los crujidos nocturnos de su vieja casa. Vivía sola desde hacía unos años, y el silencio se había vuelto parte de su rutina. Pero esa noche algo fue distinto. Eran las 3 de la madrugada cuando un sonido, un golpe sordo y fuerte, la sacó de un sueño profundo.
Se sentó en la cama, escuchando con atención. El golpe había venido del piso de abajo, en la cocina. Un ruido que no tenía nada de normal. Su primer instinto fue el de siempre: correr a su cuarto, cerrar la puerta y esperar a que pasara el miedo. Pero mientras sus pies tocaban el suelo frío, una sensación más profunda la detuvo.
—No lo hagas—, se dijo a sí misma, susurrando. Los depredadores persiguen a su presa cuando esta huye. Era una frase que había leído en algún libro, una verdad animal que ahora, de alguna manera, se sentía muy real.
Ana se quedó inmóvil, su respiración contenida. Algo no estaba bien. No era solo el ruido. Había algo más, algo que no podía explicar, como si el aire en su propia casa hubiera cambiado, como si estuviera siendo observada. Cerró los ojos un momento, intentando calmar su corazón desbocado, pero entonces otro sonido la hizo saltar. Esta vez, más cerca, justo al pie de las escaleras.
Un sudor frío le recorrió la espalda. Quiso moverse, pero no pudo. Sabía que algo estaba allí, en la oscuridad. Algo más que una simple intrusión. El miedo la inmovilizó por completo. En lugar de correr, se acercó lentamente a la puerta de su habitación, dejando una rendija para mirar hacia el pasillo.
Lo que vio la paralizó por completo.
Al pie de las escaleras, en la penumbra, había una figura que no era humana. No tenía forma definida, como si las sombras hubieran tomado vida y se retorcieran en el espacio. No hacía ruido al moverse, pero estaba claramente buscando algo. O alguien.
Ana contuvo la respiración. La criatura se movía lentamente, explorando cada rincón, cada recoveco, olfateando el aire, como un cazador buscando a su presa. Si corres, te atrapará, se repitió, y tragó saliva. No podía dejar que la viera, que supiera que estaba allí.
Con pasos ligeros, comenzó a retroceder hacia el armario en la esquina de su habitación. Pensó que tal vez, si lograba meterse allí sin hacer ruido, podría esconderse hasta que… hasta que esa cosa se fuera.
Pero justo cuando sus pies tocaron el borde del armario, el suelo crujió. El sonido, tan leve, resonó como un disparo en el silencio de la casa. Ana sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. La criatura levantó la cabeza, sus ojos —si es que tenía— parecieron enfocarse directamente en ella.
Sin pensarlo dos veces, Ana corrió hacia el armario, cerrando la puerta tras de sí. Contuvo la respiración mientras oía los pasos acercarse. La criatura estaba subiendo las escaleras, lenta pero segura, como si supiera exactamente dónde se encontraba.
El corazón de Ana latía con fuerza en su pecho, y las paredes del armario parecían cerrarse sobre ella. Afuera, los pasos se detuvieron justo frente a su puerta. El pomo giró con lentitud, y la puerta crujió al abrirse. Ana sintió un nudo en el estómago, las manos temblándole mientras apretaba los ojos, esperando lo peor.
De repente, la criatura entró en la habitación. No podía verla desde el armario, pero sentía su presencia, el peso de su respiración, el aire frío que parecía absorber toda la energía del cuarto.
Hubo un largo silencio.
Y entonces, el armario comenzó a temblar. Las puertas se sacudían, como si algo estuviera empujándolas desde fuera. Ana no podía moverse, el terror la tenía atrapada. Sabía que la criatura estaba justo allí, esperando a que hiciera el más mínimo movimiento.
La puerta del armario se abrió de golpe. Ana gritó, lanzando un desesperado intento por empujar la puerta de vuelta, pero sus manos atravesaron la figura que ahora se abalanzaba sobre ella.
—¡No!—, gritó Ana, pero ya no había escapatoria.
La criatura la atrapó, sus garras invisibles la sujetaron con fuerza, arrastrándola hacia las sombras.
Y entonces, todo se apagó.
Ana despertó en el suelo frío de su habitación. El silencio era profundo. No había señales de la criatura. El aire se sentía diferente, más pesado. Se levantó tambaleándose, observando a su alrededor. Todo estaba exactamente como antes.
Pero algo en ella había cambiado. Ya no era la misma.
Al mirar su reflejo en el espejo, notó algo extraño. Sus ojos… se habían oscurecido, como dos pozos negros. Los depredadores persiguen a su presa, recordó, y una sonrisa torcida se formó en sus labios.
Ahora, ella era la cazadora.
Fin.