Las Alas Doradas de los Sueños. Un relato corto de fantasía y dragones.

«El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños.» — Eleanor Roosevelt

Bajo el cielo teñido de púrpura y oro, en un rincón olvidado del mundo, se alzaban las montañas de Lúnaris, donde las nubes bailaban como seda bajo el sol. Allí, en lo más profundo del valle, dormía un dragón, pero no uno temible y oscuro, sino uno cuyos ojos brillaban como esmeraldas y cuyas escamas relucían como el sol tras la lluvia. Su nombre era Elion, y su corazón, más grande que cualquier tesoro, estaba lleno de curiosidad y sueños.

Cerca del río cristalino, donde los lirios azules florecían sin prisa, vivía una joven llamada Aira. Pasaba los días observando el cielo, siempre esperando ver algo extraordinario, algo que la hiciera sentir viva de verdad. Un día, mientras recogía flores, escuchó un susurro en el viento, como si el aire le cantara una antigua canción. Y fue entonces cuando lo vio: el reflejo de alas doradas que brillaban entre las nubes.

—¿Qué eres? —preguntó Aira, sus ojos fijos en la majestuosa criatura que descendía suavemente hacia ella, como un rayo de sol tocando la tierra.

El dragón aterrizó con la gracia de una hoja flotando en el viento. Sus alas se plegaron con suavidad y sus ojos esmeralda la miraron con dulzura.

—Soy Elion, guardián de los sueños —dijo el dragón con una voz que parecía el eco de mil estrellas brillando en la noche.

Aira lo miró fascinada, sin miedo, solo con una profunda curiosidad que la hacía vibrar por dentro.

—¿Y por qué estás aquí? —preguntó ella, sonriendo mientras dejaba caer los lirios que sostenía.

Elion inclinó su cabeza, casi como si estuviera contemplando una verdad oculta en el aire.

—Te he visto, día tras día, mirando el cielo. Tus sueños han llamado a mis alas. He venido para mostrarte que no siempre tienes que mirar hacia arriba para encontrar lo que buscas. A veces, los sueños se posan justo delante de ti, si tienes el valor de abrir los ojos —dijo suavemente, su voz llena de una calidez antigua.

Aira sintió que su pecho se llenaba de una luz suave, una sensación de plenitud que nunca había experimentado antes. Se acercó a Elion, sus dedos tocando suavemente una de sus escamas, que brillaba como oro líquido.

—Siempre he soñado con volar, con ver el mundo desde arriba —susurró Aira.

Elion soltó una risa baja, como el murmullo de una corriente tranquila.

—Entonces ven. Hoy, volarás conmigo.

Antes de que Aira pudiera responder, el dragón la tomó con cuidado y desplegó sus alas doradas, elevándose en el aire con la ligereza de una pluma. Juntos, surcaron los cielos de Lúnaris, sobrevolando montañas, ríos y bosques que parecían cuentos pintados sobre la tierra. El viento peinaba su cabello y las nubes acariciaban su piel como si fueran suaves susurros de los dioses.

—Es hermoso —dijo Aira, su voz quebrada por la emoción. Sus ojos brillaban como el mismo cielo al que siempre había mirado con tanto anhelo.

—Es más hermoso porque estás aquí —respondió Elion, y su voz envolvió a Aira como una melodía tranquila.

A medida que volaban más y más alto, Aira sintió cómo todos sus miedos, sus dudas y su tristeza se desvanecían en el aire. El viento se llevaba las cargas de su corazón, y en su lugar, quedó solo la sensación de libertad, de vivir de verdad.

Finalmente, Elion aterrizó suavemente en la cima de una colina, donde el sol comenzaba a ponerse, pintando el horizonte de tonos cálidos. Aira bajó de su lomo y lo miró con gratitud.

—Gracias, Elion. Hoy me has dado más de lo que nunca podría haber soñado.

El dragón sonrió, sus ojos brillando con la luz del crepúsculo.

—Recuerda, pequeña soñadora, los sueños no son solo para ser observados. Están aquí para ser vividos. Ahora sabes cómo —dijo, y con un último batir de alas, se despidió, volando hacia el cielo en una estela de luz dorada.

Aira, sola en la colina, respiró hondo. Aunque el dragón ya no estaba, el aire aún olía a libertad y magia. Supo en ese instante que, aunque Elion se hubiera ido, su espíritu viviría siempre dentro de ella.

Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Aira no miró al cielo buscando respuestas. Porque ya las llevaba en su corazón.

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