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Hoy todo parece distinto, como si mi casa estuviera atrapada en una neblina que no puedo disipar. Esta mañana, cuando me desperté, el mundo se sentía igual que siempre, pero ahora… ahora todo es diferente. Mis manos tiemblan mientras sostengo el teléfono, ese maldito teléfono que me mostró una verdad que jamás imaginé.
Mi esposo, el hombre con quien comparto mi vida, con quien construí una familia, me ha traicionado. Lo descubrí entre mensajes, pequeñas palabras llenas de recuerdos compartidos con otra. Me confesó que hace años, cuando tuvimos esa breve separación siendo novios, él estuvo con ella. Varios encuentros, me dijo, con la voz entrecortada, intentando suavizar lo que ya sabía que iba a herirme. Me aseguró que fue algo del pasado, una equivocación que dejó atrás. Pero esos mensajes me mostraron que no era tan simple.
Lo peor es que ella había estado aquí. En mi casa. Conmigo. Él la había traído como una conocida, alguien que nos haría un favor, como si nada. Ahora, me pregunto cómo pude haber sido tan ciega, tan confiada. ¿Cuántas veces habré sonreído y hablado con ella mientras ellos compartían miradas que yo no vi? Mi hogar, que solía ser un refugio, ahora se siente invadido, sucio.
Me dijo que esta vez solo fueron unos mensajes, que nada pasó. Solo hablaron, solo recordaron. Pero en esos recuerdos, también hubo besos. Pequeños momentos robados que destrozan lo que pensaba que éramos. Me asegura que lo ha terminado, que borró su contacto, que me ama y que jamás quiso hacerme daño.
Y yo me quedo aquí, con su promesa entre las manos, rota. Me pide perdón, me dice que no sabe qué le pasó. Que fue un error, que no piensa en ella como antes. Que esta vez fue solo un desliz. Pero esas palabras no apagan el dolor que siento en el pecho, el hueco que ha quedado en mí.
Tenemos un hijo de cinco años. Un niño que no entiende lo que pasa, que sigue corriendo por la casa como si todo estuviera bien. Para él, mamá y papá son un equipo, son amor y seguridad. No quiero que su mundo cambie, no quiero ser quien rompa esa burbuja de felicidad que hemos construido para él. Pero ¿a qué precio? ¿Cómo sigo adelante sabiendo lo que sé?
No quiero perder mi hogar. No quiero perder la vida que hemos creado. Pero la confianza que tenía en él está rota. Y no sé si es algo que se pueda reparar. Cada vez que me mira, siento que hay una barrera invisible entre nosotros, algo que ya no nos permite estar como antes.
Me pregunto si puedo perdonarlo, si realmente es posible mirar más allá de esta traición y seguir adelante. Me dice que sí, que lo superaremos, que lo lamenta. Y parte de mí quiere creerle. Parte de mí quiere aferrarse a lo que teníamos antes, a la idea de que las familias sobreviven a los errores, a las pruebas. Pero otra parte de mí, una parte cada vez más grande, no puede dejar de sentir el peso de la mentira, la burla.
Lo miro, buscando en su rostro alguna señal de la verdad. Y me pregunto si alguna vez podré confiar de nuevo en él. ¿O acaso esto ya es el principio del fin? No lo sé.
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