Era un jueves cualquiera cuando Clara lo vio por primera vez. Estaba sentada en la cafetería de siempre, con su libro de bolsillo y su café amargo. A través del reflejo en el ventanal, lo observó entrar. No fue un encuentro romántico, ni un cruce de miradas, pero hubo algo en él que la atrapó. Llevaba una chaqueta gris y caminaba con cierta torpeza, como quien no pertenece del todo a este mundo. Clara no pudo evitar seguirlo con la mirada, aunque nunca dejó de fingir que leía. ¿Qué era esa sensación desconocida, ese extraño cosquilleo en el estómago?
Los días siguientes, Clara lo vio dos veces más, siempre en la misma cafetería, siempre con la misma chaqueta gris. Jamás se sentaban cerca, jamás cruzaban palabras. Sin embargo, había algo inexplicable que los conectaba. Una tarde lluviosa, mientras Clara se resguardaba en su rincón habitual, él entró mojado y dejó su chaqueta en la silla de enfrente. Por un momento, ella sintió que la respiración le faltaba. Sin atreverse a decir nada, simplemente observó. No podía explicarlo, pero había una especie de gravedad que tiraba de ambos, y esa chaqueta mojada era el epicentro de un universo que ninguno de los dos comprendía.
Entonces, ocurrió lo inevitable. Cuando Clara se disponía a irse, al recoger su libro, la chaqueta cayó al suelo. Justo en ese momento, él se levantó para recogerla, y sus manos se encontraron brevemente. Fue un instante, un roce leve, pero suficiente para estremecerla. Sus miradas finalmente se cruzaron, y el tiempo pareció detenerse. En esos ojos marrones, Clara vio algo que nunca había esperado encontrar: su propia soledad reflejada en él, como si ambos estuvieran navegando por la misma corriente invisible de vidas paralelas, tan cercanas, pero nunca tocándose… hasta ahora.
Aquella noche, Clara no pudo dormir. Su mente viajaba constantemente a esa mano cálida que había tocado la suya. Algo había cambiado dentro de ella. El miedo a lo desconocido y el deseo de entender esa conexión la atormentaban. ¿Cómo podía sentir tanto por alguien a quien ni siquiera conocía? Pero a la mañana siguiente, Clara supo lo que debía hacer. Corrió hacia la cafetería, esperando encontrarlo, deseando descubrir su nombre, su historia. Lo necesitaba.
Pero él no estaba allí. Ni al día siguiente, ni el siguiente. La chaqueta gris seguía colgada en la silla donde la dejó, como una promesa rota. Clara se sentó frente a ella, y comprendió con un nudo en el pecho que a veces, los encuentros más poderosos no son los que duran, sino los que, como un reflejo en el vidrio, dejan una marca que nunca desaparece.
«A veces, las conexiones más profundas no nacen del contacto, sino del eco silencioso de dos almas que se reconocen en un reflejo fugaz.»