«La duda es el principio de la sabiduría.» — Aristóteles
En una pequeña aldea rodeada de colinas, vivía un anciano sabio llamado Li. Todos los aldeanos acudían a él en busca de consejo, pues era conocido por su serenidad y sabiduría. Vivía en una cabaña sencilla, con pocas pertenencias, porque para él, el valor de la vida no estaba en las riquezas materiales, sino en el conocimiento y la tranquilidad de espíritu.
Una noche, cuando la luna estaba alta y el viento susurraba entre los árboles, un ladrón, llamado Wei, decidió irrumpir en la cabaña del sabio. Wei, un hombre joven y astuto, había pasado toda su vida robando para sobrevivir. No conocía otro modo de vida. Al oír hablar de la fama del sabio, pensó que debía tener objetos valiosos escondidos en su cabaña. Sin embargo, al entrar, se sorprendió al encontrar solo unos pocos muebles viejos y un pequeño cofre.
Wei forzó el cofre, esperando encontrar joyas o monedas, pero solo halló unos viejos manuscritos y un cuenco de madera. El sabio Li, que había escuchado al ladrón desde su cama, se levantó sin hacer ruido y, en lugar de enfrentarse al intruso, encendió una lámpara de aceite y lo observó en silencio.
—No hay mucho que llevarte, ¿verdad? —dijo Li con una sonrisa tranquila.
Wei, sobresaltado, giró rápidamente hacia el anciano, sin saber qué hacer. Esperaba gritos de alarma o resistencia, pero el sabio solo lo miraba con calma, sin una pizca de miedo o reproche.
—¿Qué te trae aquí? —preguntó Li—. Si buscabas riquezas, me temo que has venido al lugar equivocado.
El ladrón, confundido por la actitud del anciano, intentó mantener su compostura.
—No necesito sermones de un anciano —dijo Wei, manteniendo una mano sobre el cuchillo que llevaba en la cintura—. Estoy aquí por lo que sea de valor. Si no tienes nada valioso, me iré.
Li lo observó en silencio durante unos instantes, luego hizo un gesto hacia la puerta.
—Tómate el tiempo que necesites para mirar. Pero si no encuentras lo que buscas aquí, tal vez sea hora de que te preguntes qué es lo que realmente necesitas.
Wei frunció el ceño, confundido por las palabras del anciano. La calma de Li lo desconcertaba; no era la reacción que esperaba de alguien que estaba siendo robado. Aun así, su ambición lo llevó a seguir buscando, revolviendo las pocas pertenencias del sabio en busca de algo que pudiera vender.
Después de unos minutos de búsqueda infructuosa, Wei se sentó en el suelo, agotado y frustrado.
—¿Cómo puedes vivir así? —preguntó con desdén—. ¿Cómo es que todo el mundo te respeta y no tienes nada? ¿Dónde está tu riqueza? ¿Por qué la gente acude a ti?
Li se sentó frente a él, manteniendo su tranquila sonrisa.
—Mi riqueza no está en lo que ves aquí —respondió el sabio—. La verdadera riqueza está en la paz interior, en la libertad de no depender de lo material. Esa es la riqueza que nadie puede robarme.
Wei lo miró, incrédulo.
—Eso es fácil de decir cuando no tienes que preocuparte por comer o dormir bajo un techo. Yo robo porque es la única manera de sobrevivir.
Li asintió con comprensión, pero sin lástima.
—Vivir como lo haces, siempre buscando y nunca encontrando, es un tipo de pobreza, Wei. No importa cuánto robes, siempre sentirás que necesitas más, porque lo que realmente buscas no está en el oro ni en las pertenencias de otros. Lo que buscas está dentro de ti, y no podrás verlo hasta que dejes de huir de ti mismo.
El ladrón, irritado, se levantó de un salto.
—¿Y qué crees que debería hacer? ¿Vivir como tú? No tengo la opción de sentarme a pensar en mi «paz interior». Necesito sobrevivir.
Li se levantó lentamente, mirando directamente a los ojos de Wei.
—Tal vez la pregunta no sea cómo sobrevivir, sino cómo dejar de vivir como un esclavo de lo que crees que necesitas. Puedes llevarte lo que quieras de mi cabaña. Pero te ofrezco algo más valioso: la oportunidad de dejar atrás este ciclo de miedo y necesidad. Quédate esta noche. Come conmigo, y mañana decidirás si deseas seguir con este camino o buscar algo diferente.
Wei estaba desconcertado. Nadie había reaccionado así ante él, y mucho menos lo había tratado con tanta humanidad. No podía entender por qué el sabio no lo rechazaba, no lo temía. En lugar de huir o pelear, se encontró aceptando la oferta.
Durante la cena, hablaron poco, pero en el silencio, Wei observó algo en Li que nunca había visto en sí mismo ni en los otros hombres que conocía: una paz genuina, una calma que no dependía de lo que tenía, sino de lo que era.
Al día siguiente, Wei se preparó para irse, pero antes de salir, se giró hacia el sabio.
—Nunca he conocido a alguien como tú —dijo, con una mezcla de confusión y respeto—. ¿Realmente crees que puedo cambiar?
Li asintió con una sonrisa.
—Cada uno tiene la capacidad de cambiar. La verdadera libertad no está en lo que posees, sino en quién eliges ser. Si deseas, siempre puedes volver. Mi puerta estará abierta.
Wei se fue, pero sus pasos ya no eran los mismos. Durante el camino, las palabras del sabio resonaban en su mente. Por primera vez en mucho tiempo, Wei sintió que lo que había estado buscando no era algo que pudiera robar, sino algo que debía descubrir en sí mismo.
Moraleja:
«La duda es el principio de la sabiduría.» — Aristóteles
En este relato, Wei, un ladrón acostumbrado a la vida de crímenes, se encuentra con el sabio Li, que lo trata con una calma y comprensión.