El Guardián del Alba. Relato corto de Fantasía.

«El dolor que no habla, murmura al corazón hasta que lo rompe.»
— William Shakespeare

En lo profundo del Bosque de los Susurros, donde los árboles murmuraban secretos a los vientos antiguos, vivía un joven cazador llamado Alden. Había pasado su vida escuchando historias sobre el Wyrm del Alba, una criatura mítica que habitaba el corazón del bosque, su cuerpo serpenteante hecho de niebla dorada y ojos brillantes como la primera luz del día.

Alden no era como los demás cazadores. Mientras los otros perseguían presas comunes, él buscaba al Wyrm, no para cazarlo, sino para comprenderlo. Su abuelo le había contado que el Wyrm no era un monstruo, sino un guardián, una criatura que protegía algo más valioso que el oro: los recuerdos olvidados del mundo. Aquellos que lo encontraban, decían, recuperaban todo lo que habían perdido, pero solo si eran dignos.

Una noche, la luna llena iluminaba el bosque, y Alden, armado solo con su arco y su coraje, decidió aventurarse más allá de los límites conocidos. El viento llevaba susurros, como un coro de voces invisibles que le advertían de su osadía, pero él siguió adelante, guiado por una fuerza que no lograba entender del todo.

Tras horas de caminar, llegó a un claro cubierto por una neblina dorada. En el centro, una figura serpenteante emergió lentamente de entre los árboles. El Wyrm del Alba era aún más majestuoso de lo que las historias contaban, sus escamas brillaban como el sol naciente, y su presencia llenaba el aire de una calma profunda y pesada.

“¿Por qué has venido?” preguntó el Wyrm, su voz un eco suave que resonaba en la mente de Alden.

El joven cazador, con el corazón acelerado, respondió: “No busco riquezas ni gloria. He perdido algo… algo que no logro recordar, pero sé que está aquí, en ti”.

El Wyrm lo miró con ojos profundos, y por un momento, todo el bosque quedó en silencio. “Para recuperar lo que has perdido,” dijo la criatura, “debes enfrentarte a aquello que temes más.”

De repente, la neblina se arremolinó a su alrededor, y Alden se encontró en una visión. Era un niño otra vez, observando cómo el fuego consumía su hogar. Recordó la sensación de impotencia, el dolor de perder a su familia. Las lágrimas que había retenido por años comenzaron a fluir libremente. El peso de la pérdida, que siempre había estado en su pecho, finalmente se liberó.

“Tu dolor es lo que te ata,” dijo el Wyrm suavemente. “Pero también es tu fuerza. Al aceptarlo, lo dominas.”

Cuando la visión terminó, Alden estaba de vuelta en el claro. El Wyrm del Alba se inclinó ante él. “Eres digno,” dijo la criatura antes de desvanecerse en la niebla.

Alden, ahora más ligero de espíritu, entendió que no había venido a recuperar un recuerdo, sino a liberar su alma del peso de su pérdida. Con una sonrisa triste, pero llena de paz, volvió al pueblo, sabiendo que aunque su familia ya no estaba, el amor y los recuerdos siempre lo acompañarían.

El Bosque de los Susurros, desde entonces, ya no parecía tan oscuro.

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