Relatos de terror. Lo que el Bosque devora.

«No todos los que se pierden en la oscuridad buscan ser encontrados; algunos ya pertenecen a ella.» — Sara

La linterna titilaba mientras Víctor avanzaba por el bosque. Había pasado semanas buscando respuestas. Su hermana, Sara, había desaparecido en esa misma zona sin dejar rastro. La policía lo había dado por perdido, pero Víctor no podía rendirse. Esta noche tenía que ser diferente; algo en su interior le decía que estaba cerca.

—Sara… —murmuró, mirando entre los árboles. Las sombras parecían moverse, danzando entre las ramas como si lo observaran.

Un crujido detrás de él hizo que se detuviera en seco. Giró rápidamente, levantando la linterna.

—¿Quién está ahí?

No hubo respuesta, solo el susurro del viento. Pero entonces lo vio. Una figura delgada, apenas visible entre los árboles, se desplazaba lentamente hacia él. Era una mujer.

—¡Sara! —gritó Víctor, corriendo hacia ella.

La figura se detuvo. Era ella, su hermana, pero algo no estaba bien. Su piel pálida, los ojos hundidos y vacíos… Era como si el bosque la hubiera devorado y escupido de vuelta.

—Hermano… —susurró Sara con una voz rota, casi irreconocible—. No deberías haber venido.

—¿Qué te ha pasado? ¡Voy a sacarte de aquí!

—Ya no puedo irme… —dijo ella, temblando—. Él me tiene. Y ahora te tiene a ti.

Víctor sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Dio un paso atrás, pero antes de que pudiera moverse más, el suelo bajo sus pies pareció ceder. Garras invisibles lo sujetaron por los tobillos, tirándolo al suelo.

—¡Sara! ¡Ayúdame!

Sara dio un paso adelante, pero su expresión era de tristeza, no de ayuda. Las raíces del suelo empezaron a trepar por las piernas de Víctor, jalándolo hacia abajo.

—No hay escapatoria… —dijo ella con un hilo de voz.

Víctor luchaba, gritando, pero las raíces lo arrastraban más y más hacia el suelo. De repente, Sara se inclinó hacia él, sus labios cerca de su oído.

—El bosque necesita alimentarse… —susurró—. Lo siento.

Víctor trató de soltarse, pero entonces, justo antes de que el suelo lo tragara por completo, vio algo aterrador: Sara sonrió. No con tristeza, sino con satisfacción. Y sus ojos, vacíos y hundidos, brillaban con un hambre insaciable.

—No eres tú… —fue lo último que logró decir antes de desaparecer en la tierra.

El bosque quedó en silencio una vez más.

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