Siempre supe que el espacio exterior me llamaba, desde que era un niño. Soñaba con surcar las estrellas, visitar planetas desconocidos y encontrar vida más allá de nuestra Tierra moribunda. Cuando me seleccionaron para la misión Orión, sentí que mi destino por fin se cumplía.
A bordo de la Elysium-9, junto con otros cinco tripulantes, la misión era clara: encontrar un planeta habitable, uno que pudiera salvarnos del colapso ecológico que consumía la Tierra. Cargábamos con el peso de la humanidad, literalmente, en nuestras manos.
—»¿Crees que de verdad haya un lugar para nosotros ahí afuera?», preguntó Emma, la botánica de la tripulación, mientras observábamos la pantalla que mostraba la vasta negrura del espacio.
—»Tiene que haberlo», respondí con una sonrisa que intentaba ocultar mi creciente duda. «Si no, ¿qué sentido tendría todo esto?»
Los días se hicieron semanas y las semanas meses. El silencio del espacio era sobrecogedor. La soledad, en cambio, era más difícil de sobrellevar. Las conversaciones entre nosotros se volvieron escasas, como si cada uno se hubiera hundido en su propio rincón de pensamientos. Pero entonces, después de lo que parecieron años, lo vimos.
Un planeta, azul y verde, brillaba ante nosotros, como un espejismo en medio de la oscuridad infinita. Epsilon B, lo llamamos. La emoción invadió la nave. Nos preparamos para aterrizar, con la esperanza de haber encontrado nuestro nuevo hogar.
Al pisar la superficie, el aire era puro, el suelo fértil. Pero algo estaba mal. Desde el principio lo supe, aunque no podía explicarlo. Todo era… demasiado perfecto. Las plantas se mecían con el viento, pero no había señales de vida animal. El silencio, incluso en un planeta nuevo, era inquietante.
—»Es raro, ¿verdad?», comentó Iker, nuestro ingeniero. «Un planeta así debería estar lleno de vida.»
—»Tal vez simplemente aún no la hemos encontrado», respondí, aunque no creía mis propias palabras.
Una noche, mientras caminaba por el bosque cercano a nuestro campamento, lo vi. Una figura, humanoide pero… diferente. Se deslizaba entre los árboles, casi transparente, como si estuviera hecho de luz.
—»¿Quién eres?», logré preguntar, aunque mi voz temblaba.
La figura se detuvo, mirándome con unos ojos que parecían contener las estrellas.
—»Somos lo que una vez fueron ustedes», dijo. Su voz no era una voz real, sino un eco en mi mente. «Nos destruimos a nosotros mismos, al igual que lo están haciendo ustedes.»
—»¿Qué quieres decir? ¿Quiénes son ustedes?», pregunté, dando un paso atrás, mientras mi corazón latía con fuerza.
—»Nosotros fuimos humanos, hace milenios», respondió. «Vinimos aquí buscando lo mismo que ustedes: un refugio. Pero nuestro egoísmo, nuestra codicia, nos condenaron. Este planeta… nos retuvo, nos transformó. Ahora es su turno.»
Pero entonces entendí algo, una verdad que me golpeó como un rayo. El planeta no era el enemigo. Había algo más, algo dentro de nosotros mismos. Epsilon B no nos había atrapado por una fuerza externa, sino porque nuestros propios miedos y deseos lo habían permitido. El planeta reflejaba nuestras sombras, nuestras peores versiones.
Corrí de vuelta al campamento, respirando con dificultad, y lo expliqué a los demás:
—»No estamos atrapados… no de la forma en que pensamos. Este lugar refleja lo que traemos dentro de nosotros. Si lo vemos como una prisión, se convertirá en una. Pero si somos capaces de enfrentar lo que somos, podemos salir de aquí.»
Nos miramos unos a otros, y en ese momento, supe que no todos lo lograrían. Algunos estaban demasiado perdidos en sus propias sombras, en sus culpas, en sus errores. Pero había esperanza. Algunos, como yo, podíamos cambiar.
Epsilon B no era una trampa, sino un espejo. Solo aquellos que se liberaran de su pasado, de sus propios miedos, podrían sobrevivir y avanzar. Y yo estaba decidido a hacerlo.
Nos quedamos en Epsilon B un año más, estudiando el planeta y su relación con nuestras mentes. Algunos miembros de la tripulación desaparecieron, consumidos por sus propias sombras. Pero los que quedamos, aprendimos. Nos enfrentamos a nosotros mismos y, en ese proceso, encontramos la libertad.
Cuando finalmente abandonamos Epsilon B, éramos menos, pero éramos más fuertes. Habíamos descubierto que el verdadero viaje no era solo hacia las estrellas, sino hacia nuestro propio interior.
Moraleja: No siempre son las circunstancias externas las que nos atrapan, sino nuestras propias inseguridades y miedos. Solo enfrentando nuestros demonios internos podremos realmente avanzar hacia un futuro mejor.