El espejo que revela lo que Marina desea
Marina siempre había sentido una extraña fascinación por los espejos. Los coleccionaba, los limpiaba con delicadeza, como si cada superficie reflejante le revelara algo más que su propia imagen. Sin embargo, el último que había adquirido en un pequeño anticuario parecía diferente. Era un espejo antiguo, de marco dorado y cristal opaco, como si hubiera absorbido el polvo de las décadas. Al llegar a casa, lo colgó en su habitación, y esa noche, algo sucedió.
Mientras se miraba en él, el espejo comenzó a vibrar suavemente, y la figura reflejada empezó a cambiar. Lo que veía no era ella, no exactamente. Frente a ella estaba una versión de sí misma más joven, con una sonrisa serena y rodeada de libros, un escritorio amplio y una ventana que daba a un jardín soleado. Era la imagen de una vida que siempre había soñado pero nunca había alcanzado. La voz del reflejo, suave y tentadora, rompió el silencio: «Todo esto podría ser tuyo, Marina. Solo tienes que desearlo.»
—¿Desearlo? —Marina susurró, temerosa pero intrigada—. Siempre lo he querido… pero, ¿a qué precio?
El reflejo sonrió, una sonrisa que parecía cada vez menos suya. El jardín tras la ventana comenzó a marchitarse, los libros a deshojarse, y las paredes del cuarto se llenaron de sombras. Marina retrocedió un paso, pero el espejo la atrapó en su brillo. Entonces, el reflejo habló de nuevo, con una voz más grave, más fría.
—No es el jardín lo que deseas. No es la calma. Tú quieres control, Marina. Control sobre tu vida, sobre los que te rodean. Quieres que todos te admiren, que nadie te cuestione. Y te lo he dado. Pero, ¿estarás dispuesta a vivir con las consecuencias?
—¡No es cierto! —gritó Marina, alzando la mano como si pudiera atravesar el vidrio y destruir el reflejo. Pero entonces, su propio rostro cambió. Sus ojos se volvieron duros, calculadores, y esa sonrisa… ya no era suya. Era la de una extraña.
—Es cierto —afirmó la figura en el espejo, acercándose más, casi fundiéndose con ella—. Piensa en todas las veces que quisiste algo y no lo lograste. No es la paz lo que deseas, sino el poder de imponer tu voluntad.
Marina sintió un frío que le recorrió la espalda. Sabía que había verdad en esas palabras, pero no estaba preparada para aceptarlo. Dio un paso atrás, sintiendo un nudo en el estómago, y susurró con desesperación:
—No… no quiero eso. No puedo.
El reflejo la miró con lástima, pero sin compasión. Las imágenes en el espejo empezaron a distorsionarse de nuevo, pero esta vez no mostraban fantasías. Vio un futuro donde ella estaba sola, rodeada de un vacío oscuro, su rostro rígido y vacío, como si hubiera perdido todo lo que alguna vez amó, sacrificándolo en su búsqueda de poder.
—Es tarde, Marina —dijo la voz—. Ahora que has visto lo que realmente deseas, ya no puedes deshacerlo.
De repente, el cristal del espejo se rompió en mil pedazos. Marina quedó mirando el marco vacío, su respiración agitada. Sintió que algo en su interior se había quebrado también. Miró a su alrededor, al cuarto donde el silencio reinaba, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió verdaderamente sola.
El espejo había revelado no solo sus deseos más oscuros, sino las consecuencias de seguirlos. Y ahora, atrapada entre el miedo y la verdad, comprendió que el reflejo nunca había sido otra persona. Siempre había sido ella misma.
«El verdadero terror no es desear lo imposible, sino descubrir que aquello que anhelamos en lo más profundo de nuestro ser puede destruirnos.»